Ya en algunos de los posts precedentes hemos desarrollado desde distintas perspectivas temas relacionados con la realidad actual de nuestra sociedad, la búsqueda de la felicidad o las posibilidades / incertidumbres que nos depara un futuro que nosotros mismos somos responsables de crear. Siguiendo el hilo de dichos posts, intentaremos en unas pocas líneas, reflexionar sobre el fracaso del Estado del bienestar.
Si bien es verdad que el momento presente es el único que podemos moldear, este se ve inevitablemente afectado por las decisiones pasadas y los rumbos futuros. A nivel personal parece evidente que este razonamiento es totalmente cierto e irrefutable pero esta claridad se diluye cuando tratamos de descifrar la estructura social establecida en las reglas del Estado del bienestar. En este último caso, parece que la hoja de ruta no esté bien definida, que se dé demasiada importancia al presente y se deje totalmente aislada la viabilidad futura del propio sistema. Dejando de lado que hay muchos intereses que hacen que esto sea así, a mi modo de ver el problema principal recae en una visión “social” exageradamente cortoplacista.
La intervención parcial del Estado para dar cobertura a servicios básicos, una política fiscal equitativa y la generación de riqueza para promover el empleo son seguramente los fundamentos más destacados del Estado del bienestar. Claramente y como ya pasa en muchos otros pensamientos, los principios en los que se sustentan son deseables siempre y cuando no se hipoteque el bienestar de las generaciones venideras. Precisamente y hasta hace bien poco, no creo que muchos se hubieran planteado un razonamiento similar al descrito pues si hubiera sido de alguna otra manera difícilmente hubiéramos llegado a la situación actual.
Seamos sinceros, que el motor y las bases de la economía española fueran la construcción y el turismo podía ser razonable pero que no se invirtiera en ser productivamente competitivos fue uno de los errores más importantes para acabar en una crisis tan profunda. Porque al final las cifras no mienten, y en comparación con otros países europeos, nos encontramos retrocediendo posiciones en indicadores como el de inversión en I+D+i y avanzando en otros como el de endeudamiento público.
Así pues, ¿En qué hemos invertido? ¿Es posible que estemos pagando los efectos de una espiral insaciable de optimismo e ilusión sin fundamento? Y lo más importante, ¿Creéis que en las condiciones actuales el Estado del bienestar es aún posible?
DVM