Era 1975, el cambio de una era se acercaba: el fin de la dictadura, el inicio de la transición
Esa fue una época feliz, de cambios, pero sobre todo, de esperanzas e ideales. El ideal de un gobierno democrático estaba más cerca que nunca y la posibilidad de expresarse libremente y de tener a un representante defendiendo a todo tipo de clases empezaba ya a vislumbrarse en el horizonte.
Yo no había nacido, pero mis mayores siempre lo cuentan con ese matiz en los ojos o en la memoria que te hace pensar que ese momento fue especial.
Con la transición se llegó a la democracia. Y que palabra!
Democracia: La gente elige a su representante, y este defiende los intereses del pueblo, comprometiéndose a cumplir con su programa electoral (promesas de gobierno).
Desde entonces, y durante muchos años, la democracia española ha sido definida por su bipartidismo. Este, si bien es una democracia, no deja de ser, según mi opinión, una democracia sesgada, coja: o eres de los míos, o eres de los suyos. En caso que decidas no ser ni de unos ni de otros, se te llamará grupo minoritario, y serás tratado como tal.
Para que os hagáis una idea, y salvando las distancias, es como la situación que se vive ahora en la liga española, si no eres el R. Madrid o el FCBarcelona, tu parte del pastel en derechos televisivos será siempre minoritario, y no tendrás opción de influir en los horarios de los partidos…
Sin embargo, nos encontramos hoy en una sociedad donde la palabra democracia, más allá del bipartidismo, ha quedado totalmente descalificada, vacía.
La voluntad del pueblo, definida quizás en los programas electorales, ha sido devaluada en favor de los intereses de la clase política y del partido, que van muy por delante de las necesidades de la gente.
Estos intereses son los que han llevado a que la corrupción política española sea de sobras conocida/aceptada, además de extendida a lo largo de toda la clase política (derechas, izquierdas, centros, arribas y a bajos … aquí no se salva ni el apuntador). Clase que no duda en defender a los “suyos” e indultarlos incluso cuando los poderes judiciales han definido ya la culpabilidad del acusado.
Cuando la división de poderes definida por Montesquieu – separación de poderes ejecutivo (gobierno), legislativo (parlamento) y judicial (tribunales) – se ve totalmente difuminada en una malgama de colores con el mismo tinte verde ($) es cuando uno puede afirmar, sin lugar a dudas, que la democracia ha muerto.
El gobierno elije a los parlamentarios que presentar en sus listas, y decide además quienes van a ser los representantes judiciales en los altos estamentos de la justicia. Y todo esto financiado por grandes corporaciones / personalidades con intereses no sólo económicos sino también de poder. ¿Es eso separación de poderes?
Siempre se ha dicho que España es una democracia joven, que no hace demasiado que vivíamos en una dictadura, cuando toda Europa estaba en evolución después de la segunda guerra mundial.
¿Es esa una excusa suficiente para justificar el incumplimiento del programa electoral, la aceptación de la corrupción, la imposición de cultura y lengua o la discriminación económica a ciertas regiones del país?
Disculpen pero a mí me parece más una forma de totalitarismo encubierto en la legitimidad de una democracia…
Quizá hoy vivamos en una democracia, pero es una democracia donde nuestro voto es vendido al mejor postor y donde nuestra voz, cuando alguien se digna a alzarla, cae en un abismo de burocracia imposible de sortear.
Para esto, ¿quién pidió democracia?
Yo siempre había defendido que un gobierno tecnócrata era la solución óptima (que no significa la ideal) para una democracia como la nuestra. Gente que sabe lo que se tiene que hacer, sin vínculos políticos ni obligaciones hacia grandes corporaciones, que trabajaban con un único fin: la mejora del país.
Como dijo la presidenta de Chile Michele Bachelet, “solo cuando se atiende la integridad, la democracia demuestra su eficacia y las sociedades dejan de buscar caudillos o demagogos para preferir estadistas”
Sin embargo, algunos ejemplos en los últimos años (la Italia Monti de los últimos años, el “govern dels millors” de A. Mas en Catalunya o la Grecia de Samarás) han demostrado que por mucho que pongas gente capacitada (mucho más que la mayoría de políticos), existe un histórico que no permite un salto de calidad/diferenciación.
Entonces, ¿que nos queda?
Desde hace un tiempo mi pensamiento y mi confianza derivan más en los movimientos sociales que políticos. La democracia no es el gobierno del pueblo? Pues dejemos al pueblo que decida, organice, e influya, en la medida que se pueda, a esta estructura anacrónica que llamamos estado y que parece que no desaparecerá, ni con la erradicación de la tierra donde se ha construido.
Eso sin olvidar a nuestro amigo Montesquieu: volvamos a separar los poderes, ya que esta es una de las bases para una sociedad más justa, meritocracia y, al fin y al cabo, democrática.
L’emigrant