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El largo plazo
, concepto entendido habitualmente en el ámbito empresarial como aquél periodo de tiempo superior a 10-15 años por el que se planifican las acciones, ha sido relegado hoy en día a un segundo plano.

El nuevo modelo empresarial, basado en lo que llamamos el “corto plazismo”, ha llevado el concepto de largo plazo a su extinción. Con los actuales consejos de dirección dominados por private equities, accionistas, fondos y consejeros que buscan su propio lucro, la exigencia de un resultado positivo y un retorno de la inversión inmediato (dividendos, variables, bonus, …) se impone ante la creación y mantenimiento de una base sólida de empresa para el futuro. Y con ello, se olvida que el retorno de la inversión, si tiene una base sólida y consistente, debería ser exponencial a lo largo del tiempo.

El “corto plazismo” lo podemos ver también reflejado en la clase trabajadora, y no sólo en la empresa. Es tan fácil como preguntarse, ¿cuántos de vosotros conocéis a un joven trabajador (<40 años) cuyo objetivo sea permanecer en la misma empresa en la que está actualmente trabajando durante los próximos 10 años?. O bien, ¿cuántos de estos jóvenes trabajadores han permanecido en la misma empresa desde que se licenciaron?

Uno de los comentarios habituales con compañeros y colegas es: “de aquí a un año ya veremos, a saber si sigo en esta empresa, o incluso en este país”. Para los jóvenes, la empresa se ha convertido en un “trabajo” al que exprimir al máximo, y cuanto antes mejor, para que cuando uno decida moverse, pueda llevarse con sí la experiencia suficiente. Pero no nos engañemos, no es diferente para la empresa.

Es ahí, según mi opinión, dónde reside una de las grandes perversiones de la relación empresa-trabajador: la búsqueda única y exclusiva del beneficio propio. Está claro que esta relación tiene una vida limitada, en el momento en que ambos objetivos dejen de estar alineados, el trabajador empezará a sentirse utilizado y no valorado, viéndose así su identificación con la empresa desaparecida y, por consiguiente, su productividad reducida.

Siempre y cuando uno de los objetivos del trabajador sea su crecimiento profesional, está situación acabará aflorando, porque, y permitirme generalizar aunque caiga en una falacia, la empresa ante el trabajador, es como la banca en el casino, ella siempre gana, ya sea de una manera o de otra. Es entonces cuando el trabajador debe plantearse quedarse y aceptar la situación o, en caso que exista esa opción, saltar a un nuevo trabajo (y lo llamo saltar pues hay quién de esto ha hecho un arte para crecer en el mundo profesional).

En el post “¿la meritocracia entiende de edades?”, Naujip hacía referencia al crecimiento personal y profesional, y para ello utilizaba la meritocracia como ejemplo. Permitirme que os pregunte:

¿puede existir la meritocracia en un ámbito empresarial en que los trabajos no duran más de 5 años y la antigüedad en la empresa es vista como un signo de debilidad laboral?

¿Qué es lo que actualmente substituye a la meritocracia en la empresa?

 

L’emigrant

Papá yo de mayor quiero ser profesor, médico, bombero o futbolista. Estos son algunos de los oficios que quieren tener nuestros hijos cuando son pequeños. A medida que se hacen mayores, algunos empiezan a ver que la idea de ser futbolista es una utopía, que ser médico es complicado, que tener que aguantar 30 alumnos cada día es molesto… poco a poco los pensamientos se moldean y los planes de futuro, anhelados en la infancia, se alejan de aquellos sueños de ser futbolista o bombero.

Con 18 años, tal vez unos años antes, uno empieza a preguntarse seriamente que quiere ser de mayor. Es probablemente la pregunta más importante que uno debe hacerse, si más no la que puede condicionar toda su vida, ya sea con efectos muy gratos o por el contrario, la peor decisión de su vida. Dependiendo del grado de ambición, madurez, iniciativa incluso de recursos económicos y tiempo, unos optan por hacer las pruebas de selectividad en aras de ser ingenieros, directivos… otros por formarse de manera más especializada en grados de formación profesional… y otros, simplemente no piensan en nada.

Nunca, de veras, nunca he oído a ningún niño pequeño ni adolescente decir: yo de mayor quiero ser político. Y de esto quiero que reflexionemos todos. ¿ Por qué los pequeños y no tan pequeños no quieren ser políticos? La respuesta, a mi parecer, es sencilla. Vivimos en una sociedad manipulada, o si más no, influenciada, por los medios de comunicación y los más pequeños no dejan de ser un reflejo de lo que ven, de lo que oyen de sus padres, de lo que perciben.

No hace falta recabar demasiada información, ni citar nombres de la clase política actual ni de la histórica. A mi parecer, la inmensa mayoría decepciona, por ser prudente. Políticos y jefes de estados sin prácticamente estudios, sin idiomas, con un bagaje cultural más que cuestionable, sin personalidad ni pensamiento propio, marionetas de un partido. MARIONETAS DE UN PARTIDO, no de la sociedad. Pero no, esto ya lo sabéis todos, aquí no aporto nada, este es el debate típico de terraza de bar un domingo con una cerveza, debemos ir más lejos.

Aprende del pasado, estúdialo, aprovecha el presente y aplícalo al futuro. Tal es así, que después de acudir a diferentes mitings de los principales partidos políticos y hacer un proceso de autocrítica, decidí hacerme militante de las juventudes de un partido al que consideraba más afín a mis ideas.  Supongo que cuanto más joven eres más crees que puedes cambiar el mundo, a medida que creces, el mundo deja de tener importancia, y te preocupa más tu país, tu región, hasta llegar al momento en que has perdido toda esperanza, y aquello más importante y por lo único que te preocupas es por tu casa y los tuyos. Hecho que se puede resumir con el famoso eslogan: Bienvenido a la república independiente de tu casa.

Sintetizando, vivimos preocupados por el presente, obvio y lógico en parte. Pero, como serán los políticos del futuro? Probablemente, muchos o algunos de ellos provendrán de las actuales juventudes de los mismos partidos. Juventudes que son un puro reflejo de la clase actual, repito marionetas del partido y no de la sociedad. Falta espíritu crítico, en la política y en la sociedad en general, y eso no es reprochable a los mayores sino a los más jóvenes.

Hay que seguir luchando, de manera pacífica, con los actuales políticos pero más importante es formar a esas juventudes que algún día serán o seremos políticos. Y el cambio debe empezar desde los pequeños. No podemos educar niños con la imagen actual de los políticos, ellos deben aprender unos valores diferentes, y el único embrague son los padres.  España volverá a confiar en la clase política cuando un niño quiera ser profesor, médico, bombero, futbolista o político. En ese momento, algo habrá cambiado.

AAA

Meritocracia, del latín mereo, merecer. Que buena palabra y qué difícil es poder contextualizarla. De entre los infinitos ámbitos que puede ser aplicada (personal, familiar, económica… ) nos centraremos en el ámbito laboral – profesional. Para ello, brevemente nos remontamos a unos años atrás.

Los que integramos KNOWTHING, tenemos un hecho en común. Todos hemos estudiado en la misma universidad, la misma carrera, la misma promoción y hemos compartido largas horas de estudio, entre otras actividades varias. Somos jóvenes, sí, todos nosotros. Analicemos el significado de ser joven.

Ser joven significa tener menor experiencia, pero a la vez más ganas por tenerla. Ser jóvenes significa no haber perdido aún la inocencia de pensar que las cosas se pueden hacer mejor. Ser jóvenes, para mí, significa creer en unos valores que deben llevarte al éxito personal y profesional, entre estos valores la meritocracia.

Abro el periódico, veo las caras visibles que aparecen. Llego al trabajo, me reúno con responsables. Se toman decisiones, las acato y las aplico, aún a sabiendas que no comulgo con todas ellas. Ocho de la tarde, creo en un mundo mejor, en una empresa mejor, en una manera de hacer las cosas mejor, opino, propongo, pregunto. Tengo 26 años. Se acaba la discusión, demasiado inocente. Son las nueve, llego a casa, comento con mi pareja el día y tras una pregunta, el silencio. ¿Qué debo hacer para crecer personal y profesionalmente?

Supuestamente, debemos ser los jóvenes los que cambiemos el presente por un futuro, ya no mejor, sino diferente. No obstante, vivimos en un entorno donde impera el seniority por encima de valores como el esfuerzo y la meritocracia, un entorno en el que conseguir la cúspide de la pirámide de Maslow es la contraposición de los valores con la realidad cotidiana. ¿Cuál es el rol de los jóvenes en una empresa, y en la sociedad? ¿Cómo crecer aportando, debemos esperar?

Hasta aquí, dejo el hilo abierto para que alguno de mis compañeros escriba un siguiente post pudiendo dar respuesta a algunas de las preguntas…

Menos de 30 y más de 50, juventud y experiencia, dos conceptos que no casan en la empresa de hoy 

“Llegamos a la empresa SANNEST, con traje y corbata, estamos a más de 30 grados. Los hombres de negro nos llaman. La situación en este país no acompaña, y parece ser que tendremos que llevar a cabo un “alineamiento con los objetivos de la empresa, a nivel global”, como algunos lo llaman. No nos engañemos, esto es una reestructuración en toda regla. Le puedes poner piel de cordero al lobo, pero sigue siendo un lobo.

Después de dos semanas realizando una jornada laboral que equivaldría a la de dos o tres personas juntas, se ha decidido eliminar 20 “posiciones”, y recolocar otras 15. Le llaman posiciones por no hablar de personas. No es aconsejable sacar los organigramas de la empresa, pues estos poseen nombres, y las “posiciones” no deben tener nombre, ni cara, ni familia, son sólo eso, posiciones.

Curiosamente, el 80% de esas posiciones tienen más de 50 años, habiendo trabajado en esa empresa más de los años que yo tengo. El resto, no llevan más de un año en la empresa.

Con una sonrisa por parte de ambos (los hombres de negro y el equipo directivo de SANNEST) y un gran apretón de manos, nos vamos de allí sabiendo que nuestra objetivo ha sido cumplido: reducir la plantilla, es decir, el coste que acarrea la empresa, y proponer una nueva estructura que, con suerte, será capaz de llegar al mismo nivel de ventas que cuando tenían 20 personas más”

Cuando uno se plantea una restructuración de la  empresa, como decíamos antes, reducir la plantilla, siempre hay dos tipologías de personas que serán el foco de esa reducción: los menores de 30 años, y los mayores de 50.

Cuando para algunas culturas las personas mayores de 50 años son aquellas más valoradas por su conocimiento y experiencia, por aquello que han vivido, y por todo lo que pueden transmitir a las generaciones venideras, parece ser que para nuestra cultura, eso es más bien lo contrario.

La visión de la empresa acerca de esas personas mayores, que nunca llegaron a puestos directivos, es mucho más próxima a la de una persona sustituible, “un problema para la renovación de la empresa”, al fin y al cabo, “un fardo demasiado pesado para llevar en tiempos de crisis”, que no a una fuente de experiencia y conocimiento.

Por otro lado tenemos a los jóvenes menores de 30 años. Ellos, que deberían ser el futuro de nuestra sociedad, y en los que más se debería invertir para hacer crecer nuestro país, ahora mismo son tratados como un recurso prescindible y reemplazable.  Así es que acabamos con jóvenes sobrecualificados por unos puestos de trabajo precarios y a corto plazo, que alargan su vida universitaria esperando tiempos mejores.

Resumiendo, tenemos un grupo de personas, mayores de 50 años, que son empujadas a dejar el mercado laboral por el gran coste que suponen, y otro grupo, menores de 30 años, que se les impide entrar en el mercado laboral, y cuando lo hacen es de forma precaria e incierta.

¿Es este un síntoma de la sociedad que hemos creado? ¿No será este, a su vez, una causa de la sociedad que estamos creando para el futuro?

¿Qué tipo de sociedad esperamos encontrar en 30 años, cuando estos jóvenes sean las personas mayores de 50?

Dicen que las crisis son tiempos de oportunidades, de innovación. Quizá sea el momento que “innovemos”, y que volviendo a nuestras bases, incluyamos en la sociedad del futuro ambas generaciones, padres e hijos.


 

L’emigrant